top of page

Contigo en la distancia

​

​

​

​

​

​

   Hace cinco años que desapareciste, y aún hoy te sigo añorando. El tiempo se detuvo para mí el día en que supe que no volvería a verte nunca más. Desde entonces, el mundo, todo lo que me rodea, dejó de tener importancia alguna, como si nada existiera. Y cada recuerdo tuyo, aunque apacigua mi dolor momentáneamente, después pasa a convertirse en una terrible tortura haciendo latir mi corazón con furia y desesperación.



   Ya no sé cuánto tiempo me queda, por eso hoy te escribo esta carta, aunque bien sé que no podrá llegar a su destino, porque tú... ya no estás aquí. No he podido olvidarte, porque tampoco quería ni sabía. No podría, de ninguna de las maneras. Compartimos tanto amor, tantos momentos inolvidables, tanta pasión...
  
   Llegaste hasta mí al atardecer, a pesar de que te busqué desde el alba, y aunque te encontré, no pudiste ser mía entonces. Ambos sabíamos que nuestro amor era verdadero, pero imposible. Una enorme distancia nos separaba, inalcanzable, unida a otro enemigo a menudo indestructible, el tiempo. Sin embargo, a pesar de todo éramos en parte felices, porque estábamos seguros de nuestro amor, de que éramos el uno para el otro. El destino no nos perdonó, y no pudimos engañarlo, esquivarlo, pero supimos esperar nuestro momento. Y sin embargo... que amarga victoria la nuestra. Apenas un mes después de aquel encuentro definitivo, tan esperado por ambos, tú te fuiste irremediablemente. Cuando por fin éramos totalmente felices, cuando aún podía hacerte estremecer con tan solo una caricia, cuando aún nuestros ojos podían ser capaces de transmitir tiernas miradas de amor... tuviste que decirme adiós, en silencio, sin siquiera despedirte de mí.

 

  Pero quizá era lo mejor, porque te fuiste sin ser consciente de ello, sin saber que me dejabas solo, teniendo como último recuerdo mis palabras, mis caricias y aquel beso que te di al llegar la noche, como aquel que siempre te daba hasta la llegada de un nuevo amanecer, juntos de nuevo los dos...

  

  Ahora, es mi turno, soy yo el que tengo que irme de aquí... y no lo haré voluntariamente, aunque bien quisiera. Mi único temor es que no pueda verte más, porque aún sigo manteniendo esa esperanza, incluso tal vez mayor que la que tuve cuando era imposible tenerte entre mis brazos, porque no nos pertenecíamos, atrapados como estábamos en un callejón sin salida.

  

   Si verdaderamente hay un más allá, estoy seguro de que solo tú estarás esperándome, y si en una de esas noches, tan tristes y desapacibles para mí no vuelvo a despertar, como a ti te ocurrió, amor mío, tal vez pueda volver a sonreír nuevamente, porque lo primero que sin duda veré será tu rostro, aquel que en vida siempre añoré y deseé, y por quien mereció la pena vivir...

  

   Hoy, a mis 90 años, solo puedo decir aún que te sigo queriendo Lucía, como el primer día... y siempre, siempre... te querré.
​

© Francisco Arsis

 


  

 

 

bottom of page