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El rey hechizado

  
Madrid, junio de 1679

Mi desconocido amigo, sí, aquél que aparece siempre entre las sombras…

Os hablo una vez más desde mis aposentos en  El Escorial a la luz de una vela, ya que me consta que es así como os atraigo. No creáis que no pueda sentiros, ni veros, pues sabed que lo he logrado en infinitas ocasiones. Sé muy bien que estáis ahí, siempre espiándome. Y aunque pueda pareceros lo contrario, en realidad no me preocupa en absoluto, creedme. Es más, os necesito y vos sois consciente de ello.

Pronto cumpliré los dieciocho años y siento que necesito una esposa. Sí, alguien que me otorgue un descendiente, el cual reinará cuando yo haya muerto. Ya sé que casarme os parecerá una más de mis locuras, viniendo de mí, pero… pensadlo bien, ¿acaso no es tarea principal para un rey? ¿Y acaso no piensan también todos que soy un loco de verdad? Pues sigámosles la corriente.

Os diré que mi querido primo, Luis XIV de Francia, será el más sorprendido de todos. Ya lo estoy imaginando, cómo se muerde los puños de rabia al saber que la corona de España jamás pasará a sus manos. Siempre ha creído que yo no alcanzaría siquiera la mayoría de edad, pero bien que se ha equivocado.  

Sabed también que la reina madre, Doña Mariana, se opone a que tenga esposa. No he podido evitar tener un grave altercado con ella, por lo que he decidido partir de la corte e instalarme en una casa cercana al Alcázar. ¿Me seguiréis vos? No querría perderos de vista. Pero, decidme… ¿Quién sois en realidad? ¿Podéis hablar? A menudo escucho zumbidos en mis oídos y entonces creo imaginar que me susurráis, pero debe tratarse de palabras inconexas. ¿Sois un fantasma? No puedo evitar hablaros, y los cortesanos, viéndome dialogar solo, todavía piensan que estoy más loco todavía, hechizado se diría. Sí, soy el rey endemoniado, pero ya estoy acostumbrado a que me nombren así en la corte a mis espaldas…

Fijaos en mi aspecto: enclenque, bajito, cuellilargo, prognático, encorvado... Visto lo visto, lo extraño es que pudieran pensar algo positivo de mí. Por dicho motivo, cuando mejor me siento es cuando estoy solo en mi recámara, lejos del mundanal ruido, solitario, recogido entre estas cuatro paredes. A menudo siento como si los cuadros cobrasen vida, ¿os lo había dicho? Acerco la luz de la vela a los rostros pintados y observo cómo las pupilas de sus ojos se agrandan o achican, según la vela se acerca o se aleja de los mismos. Es algo inaudito. Yo pienso que lo que tengo es una gran virtud y juego con ventaja respecto a los demás. Puedo ver cosas que el resto de los mortales no pueden ver. Incluso os veo a vos, estimado amigo. Porque sois amigo mío, ¿verdad? Ah, a menudo me enrabieta que no me respondáis y os limitéis simplemente a observarme con curiosidad. ¿Disfrutáis con mi fealdad? Os estaréis riendo de mí sin duda. ¿Acaso no entendéis que soy el rey de España y puedo hacer que os ejecuten sin demora?

Ya, ya sé que no sería capaz de hacer eso con vos… Además, ahora no consigo veros, así que si vuestra cabeza no aparece… ¿Cómo sesgarla? Pero no temáis, ya que no entra en mis planes deshacerme de vos. Ya os he dicho que os necesito. Sois mi confidente y espero que por mucho tiempo. 

Decidme, ¿creéis que la futura reina soportará verme? Me llena de preocupación este hecho. Pero… ¿Qué pensará ella de vos? Porque tendré que ponerle al corriente de vuestra existencia aunque ella no sea capaz de veros ni sentiros. Le contaré todos mis secretos y tendrá que hacerse a la idea, no hay más remedio.

¿Habéis visto? Se acaba de abrir un pasadizo en mitad de la estancia. ¿Adónde llevará? Dejadme que alce la vela… Está oscuro. ¿Qué será lo que hay más allá? ¿Os apetece seguirme? Estoy seguro de que sí, mi apreciado amigo. Gracias a Dios que os tengo a vos, porque no sería capaz de cruzar ese túnel estando solo.

La última vez que crucé por un pasillo semejante no me agradó en absoluto lo que observé, pero eso no hará que me detenga. ¿Os he contado lo que sucedió? Me parece que no. Estad seguros de que os asombrará saberlo. Aparecí en el Panteón de los Infantes, y los restos de mi progenitor, el rey Felipe IV; de mis abuelos, Felipe III y Doña Margarita; de mis bisabuelos, Felipe II y Doña Ana e incluso los de mis tatarabuelos, el emperador Carlos y Doña Isabel, se encontraban esparcidos encima de los ataúdes. Y, de pronto, todos se elevaron danzando a mi alrededor, con sus grotescos y cadavéricos cuerpos, en estado de absoluta descomposición. Me gritaban, me lanzaban todo tipo de improperios y, sobre todo, su burlaban de mí. El candil se retorcía ante el temblor de mi mano, hasta casi apagar la llama. Finalmente me quedé a oscuras y entonces sentí cómo sus huesos y despojos rozaban mi piel, haciéndome estremecer de puro miedo. Llegó un momento en que todos a la vez aprisionaban mi propio cuerpo, llevándome casi al desmayo, hasta que finalmente en verdad perdí el conocimiento. Al despertar, me encontré desnudo en mi propia cámara, tendido en la alcoba y lleno de pústulas. Habían sido producidas por el roce de sus cuerpos, y al verme de esta guisa, mi reacción no se hizo esperar. El grito fue tan descomunal que ni un segundo tardaron los palatinos en acudir a socorrerme. Lo último que escuché, antes de perder de nuevo el conocimiento fue:

 

“El rey Carlos está hechizado por un espíritu infernal”…

¿No serás tú, verdad, amigo mío?

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© Francisco Arsis Caerols (2012)​
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